El campo de las altas capacidades es un campo complejo que hasta ahora ha sido observado desde distintas perspectivas. Desde el resultado (a un test), desde el rendimiento (académico), los logros (profesionales), o el conocimiento (la cantidad de información que se maneja). A estas perspectivas se le están añadiendo últimamente la perspectiva emocional (intensidad), y algo que podríamos llamar «ser diferente».
La imagen de «hombre eminente» que destaca en todo que nos pintó Galton, la asumpción que hicieron muchos de que un CI superior correlacionaba a su vez con «éxito sin esfuerzo», el oculto intento de «compensar» este «don» limitando su libertad para avanzar por el currículo escolar bajo el ideal de «igualar al alumnado», han dejado paso al «ser, sentir y pensar diferente».
Pero ¿son diferentes?
Sí, pero son diferencias que nos hablan de su desarrollo. Sí, pero todos somos diferentes.
El problema surge cuando utilizamos estas diferencias como características o indicadores, rasgos de algo que ya pintamos -sin evidencias- como una «morfología diferencial», y que no hace sino que perjudicar de nuevo, a los alumnos con alta capacidad.
Existe la neurodiversidad como existe la biodiversidad. Una persona es más alta que otra, porque su genética y su proceso y ritmo de crecimiento han sido diferentes. Pero ambos siguen teniendo la misma morfología y sus procesos son iguales, es decir, crecen por acción de su desarrollo celular y se ven afectados por los mismos condicionantes (genética, entorno, nutrición, ejercicio, nivel de bienestar, etc..).
La inteligencia o capacidad para razonar no afecta solo a nuestra capacidad para memorizar contenidos y exponerlos en un examen. La mente humana es compleja. Pensamiento y emoción están relacionados. Percepción y pensamiento están relacionados. Y todo esto se combina con los rasgos de nuestra personalidad y carácter, con el entorno y cómo interactuamos con él, generando tantas posibles combinaciones como individuos. Una elevada capacidad cognitiva conlleva mayor capacidad para percibir y ésto implica una observación de nuestro entorno más profunda y relacionada, y ésto supone un nivel de alerta y complejidad mayor y ésto conlleva mayores niveles de intensidad, implicación, pasión, interés, ocupación y preocupación… o todo lo contrario como mecanismo, quizá, de defensa.
Por esto no hay un «ellos» y un «los otros», hay una disincronía entre un contexto organizado por año de nacimiento y las necesidades de desarrollo en alumnos cuyo potencial cognitivo no corresponde con su edad cronológica. Hay unos valores familiares y sociales que antepone el “ser como los demás y tener muchos amigos” que el ser uno mismo y tener muchos intereses. O personalidades más osadas que trabajan por destacar o buscar caminos diferentes, y otras más gregarios que trabajan por mimetizarse y encajar. Hay también quienes son más organizados y secuenciales, y, por tanto, están más preparados para rendir como la escuela espera, y quienes son más dispersos y desorganizados y necesitan trabajar de forma específica estrategias de aprendizaje y aptitudes académicas para obtener un logro que responda a su capacidad y no sufrir, por tanto, por la frustración que a todos nos supone no poder mostrar aquello de lo que somos capaces.
Este es un campo de estudio serio y muy complejo. Leer algunos libros no convierte a nadie en investigador. Tener un grado en psicología, pedagogía o neurología, tampoco. Éstas, como todas, son carreras generalista en España, y no suelen incluir asignaturas específicas relacionadas con las altas capacidades, necesitan además una especialización y formación específica. Haberte hecho un test y haber obtenido un CI superior a 130 o ser padre o madre de niños o niñas con alta capacidad, tampoco te lleva a poder generalizar tu realidad al resto. Y sobre todo, no podemos poner al mismo nivel las conclusiones obtenidas a través de años de investigación basada en un elevado número de individuos, seguidos a lo largo de un extenso período de tiempo, desarrolladas por equipos de investigadores reconocidos a nivel mundial, y una recopilación de párrafos copiados de aquí y allá y difundidos por personas sin más reconocimiento que el que que nosotros, con nuestro seguimiento, les estamos dando.
Algunas familias dedican más tiempo y esfuerzo a difundir todo aquello que sitúa a sus hijos como miembros de un «club exclusivo», distinto, casi «paranormal», que en comprender y reclamar que sus necesidades de desarrollo, como las de todos los alumnos, pasan por crecer en un entorno de reto, interacción y superación que les lleve a construir una identidad y fortalezas fuertes. Autoestima y fortalezas, incluida la inteligencia emocional, práctica y ejecutiva son las claves para un desarrollo adulto equilibrado y feliz y para obtener los objetivos que cada uno se proponga en su vida. Son muchos los autores que han investigado a este respecto (Pfeiffer, Sternberg, Maslow, Erickson, …). La escuela debe responder a su derecho a aprender y desarrollarse, no porque sus procesos sean diferentes, sino, precisamente, porque son los mismos que los del resto de alumnos. Y para todos, se trata de ofrecer un nivel de reto a la altura de su capacidad y expectativas de aprendizaje.
Pero retar no es dejar que acumulen más información, hablamos de destrezas de pensamiento y no de «GB» de memoria. Ritchhart, Church & Morrison (2014) definen el pensamiento como un conjunto de movimientos o acciones como:
- Observar de cerca y extraer qué hay allí (observación)
- Razonar con evidencias (argumentación)
- Establecer conexiones (relaciones)
- Preguntar y hacerse preguntas (curiosidad)
- Captar lo esencial (pensamiento analítico)
- Construir explicaciones e interpretaciones (razonamiento)
- Generar posibilidades y alternativas (pensamiento divergente)
- Aclarar prioridades, condiciones y lo que se conoce (pensamiento analítico)
- Evaluar evidencias, argumentos y acciones (pensamiento crítico)
- Planificar (inteligencia ejecutiva)
- Resolver problemas (pensamiento creativo)
- Tomas decisiones (asertividad, razonamiento, elección, riesgo, iniciativa, liderazgo)
Fuente: https://uvadoc.uva.es/handle/10324/41698, elaborado por RuthPinedo @UvaVisible
Conocer el pensamiento y cómo éste interacciona con la percepción y cómo ambos interaccionan con el desarrollo emocional, el desarrollo del yo, nuestra autoestima y fortalezas, nos da la claves para comprender sus necesidades y las implicaciones de no atenderlas que son, como expone Renzulli de reto a sus destrezas de pensamiento crítico y creativo.
Para todos, desarrollar nuestro potencial es una necesidad. Maslow, en su libro «el hombre autorealizado» observa que «cuanto mayor es nuestro potencial esta necesidad se manifiesta antes (precoz) y con más intensidad», de forma que se convierte en algo a lo que no podemos renunciar ni posponer. Muchos alumnos con alta capacidad muestran un desarrollo cognitivo, algunos también madurativo, 2, 4, 7 u 11 años por encima de su edad cronológica. Y esa es su diferencia y complejidad. Pero lo es, únicamente, porque les obligamos a aprender, a desarrollar su potencial cognitivo, en una escuela que todo lo mide en relación al año de nacimiento.
Carlos Alcaraz sentía desde pequeño el impulso de jugar al tenis, soñaba a los 10 años con ser número 1. Su elevado potencial generó en él el intenso deseo de crecer compitiendo en el tenis y la motivación para renunciar a muchas cosas que para otros parecen importantes, como pasar tardes con sus amigos, o vagar por los centros comerciales, pero que no lo eran para él. Sus padres no lo escondieron. Tampoco esperaron que sus profesores «hicieran algo». Y desde luego en ningún modo le hicieron sentir que debía avergonzarse o esconder sus anhelos, sus expectativas, o sus sueños, al contrario, le animaron a perseguirlo y buscaron para él los mejores guías posibles.
A Carlos el tenis, como a Billy Elliot el baile, es lo que le «genera electricidad». Y ésto, que asumimos con tanta normalidad y defendemos con tanto vigor en la música o el deporte, se lo negamos a aquellos que vibran con el aprendizaje. Desde muy pequeños, los alumnos con alta capacidad sienten el impulso de cuestionar, de ir más allá de lo esperado, de aprender para crear y resolver por caminos diferentes a los conocidos. Cuando les negamos esta oportunidad sufren. Lo mismo que sufre el que siente pasión por cantar, bailar o correr. Y nuestro trabajo como padres debe centrarse en comprender su perfil, único y diferencial y, al tiempo, común por cuanto les afectan los mismos condicionantes que a cualquier otro niño o niña.
Queremos que la escuela los rete, pero que lo mantenga en el grupo. Que se formen los profesores, mientras nosotros difundimos mensajes que carecen de rigor y sentido común. Que el docente tenga el valor y el arrojo de luchar por nuestros hijos, mientras nosotros no sacamos la queja de las redes. Que la escuela identifique y actúe, cuando nosotros escondemos y esperamos.
Sigo escuchando, tantos años después… «está evaluado pero en la escuela no hemos dicho nada«, «se aburre, pero no queremos que acelere porque perdería a sus amigos«, «desde que en el cole trabajan en «cooperativo» tiene ansiedad, le llevamos a la psicóloga para que le enseñe a adaptarse«. «No hace nada y saca 10, pero no le veo para acelerar, es muy niño«. «No le aceleran porque el grupo que le tocaría es peor«
Dales, con tu ejemplo, la única lección que hará que pase lo que pase, y a pesar de lo mal que lo podáis llegar a pasar, sean capaces de llevar su potencial tan lejos como merece: Luchar por sus derechos. Luchar por ser ellos mismos y no conformarse con ser «como los demás». Aprender que cuando reclamas, que cuando buscas, que cuando estás dispuesto a arriesgar y a cambiar, que cuando haces el esfuerzo por ser coherente y fiel a tí mismo, que cuando te responsabilizas de tu propio desarrollo, acabas encontrando tu elemento y tu tribu (Ken Robinson). Aprender a adaptar el mundo a sus circunstancias, en lugar de esperar, pasivo, que el mundo se adapte a ti.
Nuestra labor como familias no es opinar sobre un tema tan complejo desde nuestra percepción personal y sesgada. Ni difundir mensajes que ni incluyen fuentes ni se sabe de dónde salen. Nuestra labor es demostrarles con nuestro ejemplo que no hay que conformarse, que no hay que rendirse, que el camino siempre es difícil y que el potencial es un magnífico don y también una responsabilidad hacia uno mismo ¿Fácil? No ¿Rápido? tampoco. Es una carrera de fondo. Un proceso a largo plazo. Un tiempo duro, arduo y lleno de incertidumbre.
El profesor Tourón, la Unir y Marta Tourón nos brindaron hace poco el lujo de escuchar a tres grandes investigadores reconocidos mundialmente -por algo será-, en el campo de las altas capacidades y el desarrollo del talento:
El profesor Renzulli nos habló de cómo deben organizarse las escuelas para identificar y desarrollar el potencial de sus alumnos. Un modelo investigado y experimentando con miles de estudiantes.
El profesor Pfeiffer nos presentó su investigación sobre los factores que influyen en el desarrollo del potencial: Inteligencia emocional (que no es cambiar enfado por sonrisas), habilidades sociales (que no se miden por los cumpleaños a los que invitan) y los rasgos del carácter.
El profesor Tourón, como siempre, o mejor, tan implicado, riguroso, acertado, preciso, conciso, sagaz y sorprendido de que desaprovechemos tanta investigación que con tanta generosidad ha compartido con familias, profesorado, administraciones y todo aquél que ha mostrado algún interés por el tema.
Marta Tourón, respetuosa con la precisión del mensaje, la corrección del detalle, haciendo una presentación impecable de la trayectoria de tres personas que han dedicado su vida a hacer que la de nuestros hijos sea un poco más fácil. A generar evidencias, datos, recursos y herramientas para que docentes en el mundo entero aprendieran a identificarlos y responder a sus necesidades de aprendizaje y desarrollo.
La fama debería costar esfuerzo. El reconocimiento debería llegar de la mano del rigor. Hay muchos temas con los que nos podemos entretener. Muchas áreas en las que podemos conformarnos con un frase aquí y otra allá, con un mensaje superficial y chapucero, con un reel más o menos simpático o un performance más o menos divertido.
Pero cuando está en juego cómo se percibe a nuestros hijos, y, por tanto, cómo se van a relacionar con ellos y cómo les van a atender, ¿podemos conformarnos con lo liviano, lo inexacto, lo superficial y trivial? ¿podemos aceptar cualquier mensaje sólo porque parece que «habla de»? ¿podemos faltar al respeto a los que tanto nos han dado permitiendo que se usen sus palabras, su trabajo, su implicación de tantos años, sin siquiera mencionarlos, tratando de ganar reconocimiento robando el fruto que otros han creado?
Pero ¿no hablamos de sentido «crítico» y «sentido de la justicia»? ¿No hablamos de inteligencia y, por tanto, de exigencia, profundidad y complejidad? ¿No es nuestra demanda que se forme a la sociedad? ¿Y cómo vamos a conseguirlo si no damos valor al rigor, la formación, la experiencia, la trayectoria, el bagaje personal y profesional de aquellos cuyos mensajes «consumimos»?
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