©℗®™ 7 Junio 2015


El Coste de no hacer Nada

Responder al alumnado con alta capacidad sigue afrontándose de forma errónea. Sorprende ver como incluso personas en teoría formadas, en la práctica siguen rigiéndose por los prejuicios y clichés de siempre. El peso de la formación docente que ve la educación desde la perspectiva del contenido; el peso de años de una cultura de centro que asume que todo «error» en el alumno procede de su naturaleza genética, que «tiene que modificarse» por su propio esfuerzo, o «tenemos que enseñarle», desde la arrogancia del que se cree que está capacitado para enseñar aspectos que no aparecen en los libros de texto; y siempre, ver al alumno como una abstracción, como un «ente» que se estudia en las decenas de pdf de los máster y doctorados, pero al que no se conoce desde la práctica y la convivencia diaria, no son, desde luego, lastres que las titulaciones puedan borrar.

«No siempre hay que hacer algo«, «si no quiere hacer nada, que no haga«, «si lo que quiere es leer un libro, que lo lea«, escuché estas frases recientemente, tristemente de alguien que ejerce de experta y formadora en el campo. Como madre, lo sentí igual que si me clavaran un cuchillo, otro más, en el centro de mi pecho.

Es verdad es que, por desgracia, no son pocas las familias que acaban pensando que no hacer nada, es lo correcto. «Lo evaluamos, pero no hicimos nada, parecía estar bien...»… y uno o dos años después, son testigos de lo que la investigación no hace más que repetirnos: SIN RETO NO HAY DESARROLLO, ni del potencial, ni de las fortalezas, ni de las emociones. El rol de las familias en el desarrollo del talento es vital. Y una de las claves está en infundir valor. Desarrollar nuestro talento exige de valor. Valor para enfrentarse a lo estándar. Para destacar y diferenciarte. Para reclamar tus derechos. Para hacerte valer. Para no dejar que nadie intente moldearte, estandarizarte, ocultarte. Las familias, por desgracia, deben hacer acopio de valor para responsabilizarse de las necesidades educativas de sus hijos y enfrentarse a esa cultura que nos insta a «no hacer nada», mientras «no dé problemas».

El coste de equivocarse es menor que el coste de no hacer nada

Seth Godin

¿El «sabeloto» nace, o se hace?

Como en este campo hay tantos que tocan «de oído», nos encontramos ante la paradoja de que nos digan, en un mismo discurso, que los alumnos con altas capacidades tienen «pensamiento divergente», eso sí, según tal o cual autor porque apenas saben las implicaciones que eso conlleva, y, a renglón seguido, y cito textualmente «son de blancos o negros y hay que enseñarles los grises» ¿y quién se los va a enseñar? ¿los que no saben pasar de la teoría a la práctica? ¿los que copian y repiten frases que no se creen, sobre las que no reflexionan, que no interiorizan?

Edward de bono define el pensamiento divergente como «una forma de organizar el pensamiento a través de estrategias no ortodoxas». Y cuando te acercas a este alumnado -y retas su pensamiento y les das espacio- es difícil no quedarse perplejo ante esos puntos de vista tan inusuales con los que afrontan el aprendizaje.

El mismo autor denuncia que la sociedad occidental y su modelo de escuela, desprecian estas estrategias «no ortodoxas» poniendo el foco únicamente en el pensamiento lógico. En su libro «yo tengo razón, tú estás equivocado«, expone cómo el razonamiento, por sí mismo, es capaz de convencerse, y convencer a muchos, prácticamente de cualquier premisa. Esto es lo que pasó en la Alemania Nazi, y esto es lo que sucede cuando crecemos en un contexto que nunca cuestiona las premisas de partida, sino que fomenta, destaca y premia a los que ofrecen la respuesta esperada, fiel al origen, y a las respuestas rápidas que, por definición, carecen de la necesaria reflexión y amplitud de miras. Alimentamos así lo que Shopenhauer define como «la vanidad de la razón», la tendencia innata del ser humano por «ganar» las contiendas intelectuales, en lugar de intentar buscar la verdad.

Rápido y razonado, velocidad y lógica. Así son los buenos alumnos. Y cuando son así, los colmamos de gomets, de sobresalientes, de aplausos y de reconocimiento. En la escuela, y también en casa. ¿Qué aprenden estos niños, o estas niñas? Lo que nosotros les enseñamos. Modelamos alumnos «sabelotodos», porque les ofrecemos un contexto que favorece ese desarrollo.

¿Qué deberíamos hacer?

Ofrecer un contexto en el que aprender es una experiencia de zozobra, de error, de hipótesis, cuestionamiento. No conformarnos con los qué, sino preguntar siempre los por qué, para qué y los ¿y si? Para esto es necesario, siempre, poner a los alumnos en contextos de reto e interacción con sus pares intelectuales. Sin nadie que me contra-argumente, con la misma capacidad de argumentación que yo tengo, solo puedo crecer pensando que «yo siempre tengo razón».

Amplía aquí: ¿Cómo se convirtió mi hijo en un sabelotodo?

Rol de «padres»

Eric Berne, dedicó 12 años a desarrollar el Análisis Transaccional que fue una revolución en el campo de la comunicación interpersonal. Berne mapeó las relaciones interpersonales y definió tres estados del yo en los individuos: el estado Padre, Adulto y Niño. Las personas con un desarrollo emocional ajustado actúan desde el estado del yo que les corresponde o saben fluctuar entre uno y otro respondiendo a las circunstancias. Pero a veces los roles cambian.

Adultos inmaduros se instalan en el «yo Niño» de forma permanente (actúan desde el capricho o la emoción) o adultos que han bloqueado sus emociones (actúan de forma permanente desde el «yo Padre», ajustándose a la norma, el sistema, la tradición). Pero también los niños a los que colocamos en situaciones inadecuadas pueden instalarse de forma permanente en un rol inadecuado, el «yo adulto» o el «yo padre». Surge la ansiedad. Ansiedad por contestar a todo. Por controlarlo todo. Por aprovechar el tiempo al máximo. Por ser perfectos. Por no dejarse llevar ¿Cómo llegan allí? De nuevo no nacen, los hacemos nosotros cuando no les ofrecemos el contexto que necesitan para un desarrollo armónico.

  • Cuando actúan de pseudo-profesor en la escuela, ayudando al profesor a cuidar de la clase, o ayudando a otros alumnos asumiendo el rol del guía de sus compañeros (deja de interactuar con ellos como un igual)
  • Un estilo de crianza demasiado laxo, que se deja abrumar por la madurez y la autonomía del niño o niña (cuando el rol de padre no está presente, ellos pueden tender a ocuparlo)
  • Los hermanos mayores, cuando les permitimos asumir el rol de «educadores» de sus hermanos menores (de nuevo ocupan el rol de padres, y se responsabilizan del cuidado o educación de sus hermanos)
  • A veces, simplemente, porque ser inteligente es su razón de ser, porque nunca les hemos dado un feedback en ningún otro área de su desarrollo, nunca hemos celebrado ninguna otra de sus cualidades. Ser inteligente y ser perfecto, se convierten, para ellos, en la misma cosa. Y la presión de ser perfectos, de saberlo todo, de ser el que más sabe, el que mejor resuelve, genera, sin duda, ansiedad (se instalan en el rol de adulto, reclamando participar en decisiones complejas y delicadas que solo compete a los adultos, o se preocupan de asuntos como la situación económica de la familia, el cambio de domicilio, etc.. en contextos, edad y nivel de implicación que les abruma)

¿Qué deberíamos hacer?

Devolverles su rol de niños. Quitarles las responsabilidad de ser perfectos. Deben dejar de ser los que enseñan para ser los que aprenden. Deben dejar de ser los que velan por el orden para ser los que rompen el orden. Dejar de ser los que nunca se equivocan, para ser los que yerran. Dejar de ser los que brillan sin esfuerzo, para ser los que se esfuerzan para lograr. Dejar de ser los que nunca necesitan ayuda, a ser los que necesitan preguntar y buscar constantemente nuevas estrategias.

Y para que eso ocurra, no hay otra, necesitan desarrollarse en un contexto en el que aprenden lo que aún no saben, en el que no pueden resolver «a la primera», que les obliga a buscar nuevas estrategias, preguntar, dudar, indagar, cooperar con sus pares intelectuales, acostumbrarse a que el error forma parte del aprendizaje -si se analiza- y recibir continuo feedback para ir siempre un paso más lejos.

Los escudos de protección

Jeanne Siaud-Facchin, en este artículo, y Linda Silverman en este otro, nos hablan del coste emocional y de energía que implica trabajar por mimetizarse con el entorno. El ser humano, cualquier ser humano, desarrolla «barreras de protección», escudos bajo los que esconderse para no ser dañado. Jeanne nos habla del escudo de la hiper-intelectualidad (fingir o desdeñar las emociones), el escudo del humor (tomarlo todo a «guasa», convertirse en el «gracioso» de la clase, fingir que nada te importa, tampoco el resultado de tus estudios), el escudo de la evasión (abstraerse en un mundo aparte, o en los videojuegos, o en sus cómic favoritos, o en cualquier otro tema que sirva de «mundo alternativo»), el escudo del cambio de identidad, especialmente en la adolescencia, cuando «deciden» ser como los demás y sumarse a un grupo social o moda de una forma fingida o poco esperada (cambio de look o intereses radical), o juntarse, incluso liderar a los «malotes«

Todo son señales de la falta de un contexto de reto y de interacción con sus pares intelectuales, que les permita simplemente mostrarse tal y como son.

Falta de estrategias para el aprendizaje

Procrastinación, bajo rendimiento, perfeccionismo insano, desmotivación, son causa de falta de estrategias de aprendizaje. No nos engañemos. Los alumnos con alta capacidad tienen, por definición, la capacidad para obtener logros académicos sobresalientes. En efecto, un alumno con alta capacidad es «aquél que tiene el potencial para rendir en el nivel 10% superior» (Nagc.org, vía Javier Tourón), entonces ¿por qué no todos lo consiguen?

  • Por que en primaria aprendieron que aprender es saber
  • Aprendieron que no necesitan prestar demasiada atención
  • Aprendieron que en casa no necesitaban trabajar
  • Aprendieron que con hacer las cosas a última hora, era suficiente
  • Aprendieron a no hacer nada por encima de lo esperado

Lo que no aprendieron fue a aprender. Lo que no hicieron fue desarrollar sus fortalezas, actitudes positivas hacia el aprendizaje, o una mentalidad de éxito como Carol Dweck lo llama.

Puedes ampliar aquí:

Lo que los alumnos con Alta Capacidad no Aprenden en la Escuela.

¿Yo me motivo, o tú me motivas?

«Lo que mejor se hacer, es hacerme el tonto»

Así que en ningún modo, bajo ninguna circunstancia, hacer «nada» es una opción. Y «que se lea un libro«, no es que no sea estimulante para el alumno, es que no necesita una escuela, ni docentes, ni compañeros para hacer eso. Para que aprendan solos, ya estamos las familias.

Claro que hacer «algo», no es agobiarlos con más aprendizaje lineal, basado en la acumulación de contenidos o en la práctica de mecánicas conocidas, o en seguir pautas y completar recorridos que los docentes han ideado antes. Entonces, claro que nos vamos a encontrar alumnos que prefieren «no hacer nada«, porque lo que están haciendo es negarse a seguir siendo «robotizados», con un aprendizaje enrejado, que solo atiende a la premisa de «cantidad», y no a la de calidad. No es la creatividad del docente la que debe implicarse, sino la del alumno la que debe impulsarse.

La escuela debe ofrecer reto e interacción a la altura de la capacidad del alumno, siempre, todo el tiempo, y debe hacerlo cuanto antes mejor. En infantil, mejor que en primaria. Este curso, mejor que el que viene. Hoy, mejor que mañana.

Bibiografía

La Rebelión del Talento. Ed Aljibe. Paulina Bánfalvi

«Desarrollo social y emocional de los alumnos con alta capacidad«. Ed. Unir. Maureen Neihart (autor). Paulina Bánfalvi (Traductor). Javier Tourón (Editor).

«Yo tengo razón, tú estás equivocado«. Ed. Sirio. Edward de Bono

«El arte de tener siempre la razón«. Alianza Editorial. Schopenhauer.

«Transactional Analysis in Psychotherapy«. Martino Fine Books. Eric Berne.

Autor: Paulina Bánfalvi Kam. La Rebelión del Talento @aacclarebelion @PaulinaBk

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