Preparo mi clase. Pienso en un reto creativo. He identificado el “cuore” de mi asignatura, reordenado y reagrupado los contenidos y competencias en torno a él, buscando cómo darles sentido, relacionarlos entre sí y construir una narrativa que lo enlace todo.
Llego al aula. Provoco un conflicto, un dilema, una cuestión. Empieza el debate. Creo un clima de reto constante al pensamiento. Mis preguntas generan respuestas en diferentes direcciones. Con mi feedback aprenden a expresarse con mayor concreción, precisión, decisión, complejidad y orden. A flexibilizar su pensamiento, analizar desde distintos puntos de vista, escuchar con la intención de integrar posturas, construir conectando, pensar de forma global, deducir los conceptos y aplicarlos en distintos contextos. A observar, deducir, hacerse preguntas, relacionar con lo conocido y proyectar hacia lo desconocido.
Los recorridos son diversos, la complejidad es distinta. Hay espacio para la elección y eso impulsa la motivación y permite implicar sus intereses y habilidades. Les hace más responsables, autónomos, y asertivos. Fortalece su capacidad para tomar decisiones y enfrentarse a situaciones inciertas. No dejo ningún cabo suelto. Todo está pensado y estructurado (o más bien desestructurado) para ofrecer un contexto personalizado.
… Pero no me «funciona»
Pero un alumno al fondo no parece interesado. Otra toma apuntes sin parar. Otro participa, pero no escribe. Una cree estar equivocada antes si quiera de hablar. Otro se pierde dibujando y luego pide repetir. Y luego está Miguel, que el trimestre pasado parecía ansiar mis clases, pero en este se muestra prácticamente ausente.
Podría concluir que simplemente no pueden o no quieren aprender. Podría jactarme de que mi clase ya es activa y dinámica, centrada en el alumno, que reta el aprendizaje autónomo y deductivo, ofrece recursos diversos que pueden adquirirse por múltiples canales, se relaciona con sus intereses y se aprende de forma significativa. Además, es una optativa, si no les gusta, simplemente, deberían elegir otra cosa y que se queden los “buenos”.
Pero entonces, y a pesar de todos mis esfuerzos, no estaría hablando de una educación personalizada. No basta con que me aligeren el currículo o la ratio, ni que me digan que debo trabajar por competencias y de forma interdisciplinar, no es suficiente con diseñar un proyecto retador, contar con múltiples recursos digitales, jugar con los chavales. No es suficiente divertir, emocionar o interesar. Ni siquiera es suficiente con enseñarles a pensar, a crear, a organizar su tiempo y hacer mapas mentales eficaces. No puedo renunciar a estos elementos, pero tampoco puedo pensar que mi labor acaba allí.
Hablamos de personalizar porque hablamos de personas, y las personas son diferentes, imprevisibles, complejas, y no viven aisladas, sino que son afectadas por las distintas interacciones y contextos que les rodean. Tienen una historia detrás. Cambian, evolucionan, cada día que llegan a clase son distintos al día anterior. Personalizar es comprender que no enseñas a un grupo de alumnos, sino a personas.
Requiere de metodologías activas que nos permiten construir el aprendizaje desde las dinámicas que surgen de los propios alumnos, de su punto de partida, intereses y procesos de aprendizaje. También de cooperación entre alumnos porque nos permite agrupar buscando sinergias que ayuden a cada uno a superarse a sí mismo, a dinamizar el interés y la motivación, a complementar sus perfiles y fomentar la autonomía. Ambas cosas nos liberan del rol de “emisor de contenidos” y nos permite centrarnos en guiar a los alumnos. También implica poner el foco en retar la capacidad crítica y creativa de los alumnos, en pensar sobre lo que aprenden y relacionarlo, aplicarlo, transformarlo, porque esto es lo que da valor a su formación. Pero no es suficiente.

Me acerqué al chico del fondo que no parecía interesado. Siempre había destacado en clase dando la respuesta correcta. Recordando exactamente lo que el profesor o el libro decían. Se sentía incómodo ante un contexto de preguntas abiertas. Había aprendido a responder, pero no a pensar. Miré el cuaderno de aquella que tanto escribía, no se dejaba ni una coma, pero escribir le impedía pensar. Y así me pregunté uno a uno ¿por qué? No siempre acertaba, con algunos tuve que probar distintas “estrategias”. Pero estaba segura de una cosa, que la razón no era que no podían. Tampoco que no querían.
Uno a uno fui encontrando cómo ayudarles, hacer que creyeran en sí mismos y se arriesgaran, mostrarles la forma de cómo podían obtener logros, paso a paso. Lo se, son muchos alumnos, pero la mayoría responden cuando inviertes el tiempo necesario en comprender tu asignatura, encontrar los conceptos clave, aquellos que sirven para dar sentido a todo lo demás, para encajar las piezas y responder al “para qué tengo que aprender esto” y proponer un reto creativo que implique al tiempo su motivación y pensamiento, que los lleve a indagar y resolver, que les permita elegir y profundizar, descubrirse a sí mismos y al mundo que les rodea.
Algunos necesitarán que indaguemos en los “por qué” y que intentemos una y otra vez encontrarlos. Uno a uno vas aligerando la lista y hacia el último trimestre, miras tu clase y te das cuenta de cuánto han crecido. Enseñaste a la chica que todo lo escribía a sintetizar y apuntar ideas y no palabras, a aquel que se perdía dibujando, a “dibujar” los conceptos para seguir la clase, descubrirse que Miguel sólo necesitaba desayunar, otros necesitaron un extra de estrategias de aprendizaje o la oportunidad de despuntar allí donde podían hacerlo o, simplemente, cambiar el grupo.
Has aprendido de ellos y ellos de ti. Toca preparar el siguiente curso. No será más fácil. Tendrás que empezar de cero, ajustarte una y otra vez, buscar nuevos recursos, estrategias y herramientas, jugar con los agrupamientos para generar sinergias y replantear de nuevo los diversos enfoques que les permite abordar la asignatura desde sus intereses.
Tendrás que buscar de nuevo los ¿por qué? Y tendrás que ofrecerles un ¿para qué?
Autor:
Paulina Bánfalvi Kam
@aacclarebelion
Autora del libro “La Rebelión del Talento, personalizar desde la comprensión de las altas capacidades” Ed. Aljibe. Traductora del libro “Desarrollo emocional y social de los alumnos con alta capacidad” Ed. Unir. Miembro del panel de experto del Delphi sobre personalización publicado por Impuls Educativo. Experta en Personalización, destrezas de pensamiento y desarrollo del talento. Ponente en congresos nacionales e internacionales. Formadora de docentes. Profesora IGCSE Enterprise y Business. CEO en Talent Ikigai School. Autora en https://aacclarebeliondeltalento.com/
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