En la escuela iba “bien»
Del blog de Celi Trépanier / Artículo de una de sus lectoras Erin
Esta es la historia de Erin, pero podría ser la historia de muchos adultos hoy en día, y de muchos alumnos atrapados en un sistema educativo, que no les entiende, les ignora o les malinterpreta. Erin fue una niña con altas capacidades sin identificar en la escuela.
Recientemente, decidiendo sobre las necesidades educativas de mi hija, mi marido y yo llevamos a nuestra hija mayor a una evaluación privada y nos encontramos con que era una niña con altas capacidades. Entonces empecé a buscar y leer todo lo que pude y cayo en mis manos sobre las altas capacidades, ¿Qué son? y también ¿Qué no son?. Al hacerlo, empecé a recordar y reflexionar sobre mi propia infancia. No en vano, muchos padres de niños con altas capacidades, también tienen estas altas capacidades, y es al descubrir esta cualidad en sus hijos, cuando se embarcan en un viaje de “auto-descubrimiento” de sus propias circunstancias.
Lloré muchas veces mientras leía aspectos emocionales ligados a las altas capacidades, las diferencias percibidas respecto de otros, las distintas sobre-estimulaciones o excitabilidades, la intensidad con que viven cada experiencia. Lloré leyendo sobre estos temas porque de repente sentí “lo tengo”, de repente entendí toda mi vida, me entendí a mi misma. Lloré, porque a través de este proceso, reviví muchas experiencias dolorosas durante mi estancia en la escuela
Recuerdo cuando estaba en mi primer año de primaria. Mi profesora nos cambiaba de sitio con bastante frecuencia, pero a mi, siempre me sentaba al fondo de la clase. ¡A mi me encantaba la escuela y yo quería estar cerca del profesor y la pizarra¡. Un día, a mediados de curso, después de que me sentaran de nuevo al fondo de la clase, le pedí a mi profesora que me sentara delante. Pero ella me contesto que yo estaba al fondo porque “yo siempre lo hacía bien” y ella “no tenía que preocuparse por mi, como lo hacía por otros niños”. Sin embargo, y de mala gana, por fin me sentó al frente, en un punto destacado de la clase, e hizo de ello un gran acontecimiento delante de toda la clase. Me sentí señalada y avergonzada
Aprendí que mis necesidades no eran tan importantes como las necesidades de los demás, aprendí a no pedir comodidades para mi y sobre todo aprendí que era mejor bajar la cabeza y pasar desapercibida.
En mi segundo año de primaria, después de aprender un poco sobre el colono Johnny “semillas de manzana”, se nos pidió escribir un libro sobre su vida. Trabajé duro, escribir un gran resumen, e incluí muchos dibujos. ¡Estaba muy orgullosa de mi libro¡. Después de leerlo, mi profesora me llamó a su mesa. Delante de toda la clase me dijo que, puesto que era tan obivo que había plagiado el libro, me suspendería el trabajo. Me quedé allí parada, bloqueada, con un zumbido en mi cabeza y la cara enrojecida. Empecé a llorar. Sabía en el fondo de mi alma, que yo jamás haría algo asi, que ni siquiera, a mis apenas 8 años de edad, se me podría ocurrir hacer tal cosa. Estaba destrozada y me mortificaba con lo que había pasado. Mas tarde mi madre abogó por mi, y la profesora rectificó y me dio una nota justa.
Aprendí a no trabajar hasta el máximo de mis posibilidades, a riesgo de a pasar vergüenza o de que los profesores no se fiaran de mi trabajo y yo dejara de gustarles.
Entonces vino un cambio de colegio – uno de los 6 que viví en mi etapa escolar -. En la nueva escuela teníamos un juego en la que los niños teníamos que adivinar lo que otro alumno había puesto en una jarra. En mi turno puse un depresor para la lengua en la jarra. Tenía que contestar “si” o “no” a las preguntas de los otros niños. Uno de mis compañeros preguntó si era el palito de un polo, y yo contesté que no. Mi profesora se rió y dijo, “si, pues claro que lo es”, y el juego se acabó. De nuevo, me sentí avergonzada.
Aprendí a no prestar tanta atención a los detalles, y que si lo hacía me verían “rara”.
Un día en mi 4º año de primaria, la profesora preguntó “¿De dónde vienen los spaghetti”? Me sentí muy lista, porque sabía la verdadera y “secreta” respuesta (o, al menos una de las teorías aceptadas sobre el tema), asi que levanté la mano y contesté “¡China!”. Mi profesora soltó una carcajada, y me dijo que eso era una tontería, y preguntó a otro alumno. La respuesta correcta era Italia. Excepto que esa no es la respuesta correcta. Yo sabía que había una teoría que decía que fue Marco Polo quien trajo los spaghetti de China a Italia, e, incluso si era sólo una teoría, sabía que habían otras teorías alternativas, y que ninguna apuntaba a que los Italianos hubieran sido los primeros en inventar la pasta.
Sin duda, había lugar para el debate en este tema. Mi cara se enrojeció de nuevo, me empezó a doler el estomago y hubiera deseado volverme invisible. Pedí permiso para ir al baño y allí empecé a llorar y llorar. Me sentía sumamente estúpida y avergonzada. Todo el mundo se rió de mi, incluida mi profesora. Al verme, mi madre se dio cuenta de mi cara desencajada y alicaída y me preguntó los motivos. Cuando se lo conté, se fue de inmediato a la escuela y tuvo una charla con con la profesora. Nunca recibí una disculpa, pero la profesora masculló una corrección al día siguiente.
Aprendí a no volver a levantar la cabeza e clase, a no preguntar, y, si quería gustarle a mi profesora, a no cuestionarla jamás.
En el campamento de verano, elegí la actividad de navegar. El primer día me hice amiga de las otras niñas en mi habitación. Salimos para nuestra primera clase en el barco, y el instructor nos hizo preguntas sobre navegación. Que lado era estribor, que lado babor, si sabíamos lo que era un catamarán, etc. Yo contesté a casi todas las preguntas la primera, y correctamente. A partir de ese momento, mis nuevas amigas empezaron a evitarme. Cuando pregunté porqué, me contestaron que encontraban divertido ignorarme por un tiempo, viendo lo triste que eso me ponía. Y acto seguido me dijeron que era una “sabelotodo” y que por eso no les gustaba. Me sentí destrozada.
Aprendi a esconder mis habilidades si quería ser aceptada por los demás. También aprendi a fingir que los demás no podían herirme, aunque me sintiera muy doloda en mi interior.
Cuando estaba en la escuela superior, tuve que hacer un trabajo de Inglés. Nos pidieron ser muy creativos. Yo estaba encantada con este trabajo, y lo presenté en forma de un collage que seguía todas las reglas del trabajo y, además, era creativo. Me suspendieron. Tenía el corazón destrozado – de nuevo – y estaba confundida. La profesora me dijo que el trabajo no estaba dentro de las expectativas que ella tenía sobre lo que yo debería haber hecho, y no me permitió explicarme. Tuve que llevarla al subdirector de la escuela y probar que había seguido las reglas, justificar el procedimiento que había seguido, y todas mis reflexiones. A regañadientes conseguí que me dieran una nota mejor.
Aprendí a no salirme de las normas, a trabajar según lo esperado y establecido.
Ya en el bachilletaro, en mi primer semestre como novata, tuve que realizar mi primer trabajo de redacción. Enseguida presenté algo, tan fácilmente como siempre había hecho todos mis escritos. Obtuve una C. Estaba anonadada, nunca había obtenido una nota por debajo de A. También suspendí mi examen de biología. Había desarrollado 0 habilidades de estudio porque nunca había tenido que esforzarme mucho antes, y no estaba acostumbrada a suspender.
Aprendí que, después de todo, no era tan lista como creía.
En mi vida adulta he tenido muchos problemas con mis jefes. Me he sentido quemada, aburrida, y maltratada por mis jefes que hacían chistes sexuales y me mandaban hacer recados personales. Una vez me atreví a hacer una pregunta correosa y mi jefe me tachó de “combativa”. Del único modo que he logrado sobrevivir, es del mismo modo que lo hice en la escuela : manteniendo la cabeza agachada. He tenido que esconder y doblegar mis repuestas emocionales y tratar de sentirme “bien” ante la falsedad y las injusticias. ¡ODIO la falsedad¡ y a aquellos que abiertamente la ignoran, o se sienten por encima de las normas¡ ¡Ni siquiera puedo jugar un juego de mesa con aquellos que no siguen las reglas¡
Aprendí que no soy muy divertida, que soy demasiado sensible, que es difícil trabajar conmigo y que no entiendo los chistes.
Ahora soy mamá de una niña de altas capacidades. Quizá dos, pero el pequeño aún es un bebé. Si alguien me pregunta cómo le he enseñado a mi hija mayor todas las letras del alfabeto cuando tenía 18 meses, y yo contesto, con sinceridad, que no lo hice, recibo miradas de desaprobación y siento como cuchichean a mis espaldas. Para aquellos que no entienden lo que significa tener altas capacidades, soy, sin duda, una mamá que sobre-estimula a sus hijos y les fuerza a aprender a leer con dos años (¿Alguna vez ha tratado de forzar a un niño de 2 años a hacer algo que realmente no quiere hacer?).
Aprendí que si alguna vez hablo de mis hijos, me convierto en una mentirosa o una fanfarrona.
Estos ejemplos pueden parecer pequeños asuntos, pero, para mi eran de gran importancia. De todas estas experiencias, el mensaje que ha quedado en mi cabeza es, simplemente “CÁLLATE”. No vas a gustar salvo que fingas ser diferente a cómo eres en realidad. Nunca dejes que te vean sudar o llorar, porque lo usarán en tu contra y te lo clavarán como una estaca. No hables. Finge no saber las respuestas, finge que realmente no eres tan listo/a. Conviertete en un impostor. Ríete con ellos cuando “con cariño” te llaman “rubia-tonta”, porque no tener amigos, duele más. No seas una sabionda, no seas buena en tantas cosas, y nunca jamás hables de las altas capacidades de tus hijos, es decir, si quieres relacionarte con otras mamás.
A cualquiera que le preguntes te dirá que mi paso por la escuela fue bueno, sin necesidad de entrar en ningún programa específico para niños con altas capacidades. Era sociable, estaba en el equipo de danza, tenía amigos, y sacaba buenas notas. Construí una vida feliz para mi, y una bonita familia. Hace poco empecé y vendí un negocio rentable, tengo buenos amigos que me aprecian tal como soy y si, al final todo ha ido bien.
Pero.. ¿de verdad lo hice “bien”? Me siento profundamente insegura, tímida y desde luego, no muy inteligente. He interiorizado todas las lecciones duramente aprendidas a lo largo de cada año de escuela, y desarrollé tal miedo a hablar en clase que, para cuando llegué a secundaria, me inhabilitaba totalmente para participar. Siempre me escondía a mi misma. Encontré pocos profesores maravillosos en estos años, a la mayoría, no les gustaba, así que me convertí en alguien que si les gustaba : la chica que mantenía la cabeza agachada pero que siempre sacaba buenas notas. Alguien de quien no tenían que ocuparse. Acabé siendo conocida como la “la chica callada”, algo que causaba mucha risa en mi casa, ya que por lo general, hablo con mucho fervor y entusiasmo. Mi CI está por encima del centil 98%, y, sin embargo, pensaba que no era muy lista, un poco rara solamente, así que trabajé duro para reconciliar ambos aspectos. Pasé de ser una chica entusiasta a sentir apatía por la escuela. Sólo gracias a que finalmente acabé en una facultad que supo estimularme y retarme, salí de mi concha, volví a confiar en mi inteligencia y entendí que tenía que esforzarme por ello.
No creo que la escuela deba enseñarte a sentirte cada vez más pequeño e inrovertido, hasta que llegues a olvidar que te encanta aprender y hasta quien eres en realidad. La educación específica para alumnos con altas capacidades es muy importante. Ser comprendido es muy importante. Incluso si hubiera entrado en algún programa específico para haber llegado al mismo sitio en el que estoy ahora, pienso que es importnte. La comprensión que me hubiera aportado sobre mi propia condición, para no sentirme rara, para sentir que mis pensamientos y sentimientos si importan, para no dudar de mi misma. Hubiera siempre sabido que soy inteligente.
A mi me hubiera importado.
Artículo original :
http://crushingtallpoppies.com/2015/01/21/gifted-kids-turn-out-just-fine/
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