Jose Luis Sánchez, ex-presidente de ASA y actual tesorero de Confines, nos aporta una visión sobre los términos «capacidad» y «potencial» que pone de manifiesto cuán erróneamente se usan estos términos en muchos entornos, perjudicando la percepción que la sociedad y el sistema educativo tiene sobre las Altas Capacidades.
¿Qué entendemos por capacidad?
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, se define capacidad como:
1. f.Propiedad de una cosa de contener otras dentro de ciertos límites. Capacidad de una vasija, de un local.
2. f. Aptitud, talento, cualidad que dispone a alguien para el buen ejercicio de algo.
La primera acepción de «capacidad» nos lleva a entenderla como una suerte de «contenedor», «cuenco», «ensaladera» o «vasija». Algo estático y, cómo no, pasivo/receptivo.
Esta es la errónea percepción y, en consecuencia, el lamentable pensamiento que impregna nuestro sistema educativo. Los profesores poco formados en altas capacidades intelectuales suponen que esos niños se ‘ven’ necesariamente en clase precisamente porque destaca en ellos la enorme «capacidad» que tienen para asimilar los «datos» que ellos les ‘vuelcan’. Como es fácil inferir de la frase anterior, el docente considera que el alumno es un mero contenedor pasivo/receptivo de información ya mascada. Y que cuanta más «lechuga» arroje a la clase, más podrá notarse cuál es el alumno más «capacitado»: la ensaladera que más lechuga tenga. En plata: aquellos que se aprendan mejor de memoria las respuestas que el profesor les da. Ahí no hay acción ni participación alguna. Es una relación unidireccional.
Esta forma de ver la capacidad hace un daño indecible a la comprensión del fenómeno de las ACs. La mayoría de los niños con altas capacidades quedan ocultos con este ‘sistema de detección’. Por eso los estudios muestran con claridad la poca fiabilidad que tienen los prediagnósticos de muchos docentes, justamente los menos preparados para comprender el fenómeno.
La segunda acepción nos habla de aptitud o potencial (cualidad que dispone). Lo que distingue a la persona es su alto potencial de desarrollo intelectual. Algo «dinámico» y, cómo no, activo (en el DRAE también aparece claramente en su primera acepción: capacidad de obrar) o como se dice ahora para no confundirlo con lo meramente «reactivo»: proactivo.
Esta es la acepción que realmente nos habla y nos permite comprender qué es una «alta capacidad» intelectual o de otro tipo. Pero nos permite comprenderla siempre que sepamos exactamente qué queremos decir con la palabra «potencial». También ésta tiene un problema semántico importante porque el común de los mortales lo asimila a la primera acepción de «capacidad». Cuando le hablan de «potencia» piensa en fuerza o capacidad estática. En algo que ya está ‘realizado’. Se ve que las enseñanzas de Aristóteles, con el paso de los siglos, han sido completamente olvidadas.
La noción de potencia o potencial nos habla de algo que «puede ser» o que «puede llegar a ser», pero que todavía no lo es. En todo caso, la dynamis es lo que proporciona el impulso a la acción conocida como actualización o realización (energeia) de esos potenciales.
El ejemplo clásico es el de la bellota. Cuando a alguien se le dice que la bellota es un roble en potencia en la actualidad no lo comprende en absoluto. Piensa en el absurdo de que dentro de esa bellota reside algo así como un ‘plano’ del roble que un día «podrá» ser. Y claro, rechaza la idea por absurda. No advierte que el problema es su interpretación, no la idea en sí.
Cuando tú ves una bellota ves una bellota, no un roble en pequeñito. La bellota «puede ser» un roble siempre que se den una serie de condiciones favorecedoras. Si tú aplastas la bellota jamás «podrá ser» un roble. Si tú la dejas encima de una mesa jamás «podrá ser» un roble. En cambio, si la plantas y la cultivas adecuadamente sí «podrá ser» un roble en el futuro. Su propia naturaleza le empujará a serlo. Esos potenciales se actualizarán o realizarán en la forma o estructura que reconocemos como roble.
Por eso se insiste tanto en la necesidad de cultivar las altas potencias en su propio espacio de actualización adecuado. Si quieres que una bellota se convierta en roble no la vas a plantar en un melonar, porque por mucho que te guste que todos tus productos acaben siendo melones no es eso lo que mejor le viene a la bellota. Tampoco llegar a ser un alcornoque. Pero se ve que nuestro sistema educativo sólo entiende de melonares o alcornocales porque aran y preparan todos los campos del mismo modo uniforme, confundiendo lastimosamente la «igualdad de oportunidades» con un mero «igualitarismo». Y es que la noción de «igualdad de oportunidades» se comprende fácilmente si llegamos a advertir la necesidad de realizar cultivos diferentes para una bellota que para un melón. Que la igualdad de oportunidades no implica que tú prepares un campo-único y que todos los productos se adapten a tu único método de cultivo. La naturaleza se revela contra eso, y los resultados son siempre desagradables. Los robles acaban «aburriéndose» porque se les trata como a melones, sin serlo. O se abandona la bellota para convertirse en «alimento para los cerdos».
Esa es la historia metafórica que hay que cambiar. Y la noción de «altas capacidades», en su versión dinámica y activa, puede hacerlo más fácilmente.
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