Curso 2019/2020
Un curso atípico, sin duda, cuyo final ha supuesto un reto adicional para el profesorado y las escuelas. También un curso que, a juzgar por algunos debates en las redes y los medios de comunicación, y algunas soluciones propuestas por la administración, ha puesto de manifiesto lo lejos que estamos del siglo XXI.
- La competencia digital ni se tiene ni se entiende
- La responsabilidad del docente se sigue entendiendo como “vigilar a los niños mientras les contamos cosas”, no importa si son útiles o importantes, si lo hacemos mejor o peor, sólo contémosles cosas.
- Y que todos los alumnos sean iguales y vayan al mismo ritmo, sigue siendo un objetivo por el que luchar (¡Y creíamos que era el objetivo a rehusar!)
Millones de trabajadores han dejado sus oficinas para trabajar en casa, con total normalidad, como una continuidad más. Pero el profesorado lo ha vivido como un esfuerzo extra. Lo ha sido, sin duda, pero ¿cuánto de ese esfuerzo lo ha sido porque en estos nuevos “locos años 20” aún no se habían asomado al mundo digital? No, no me digan que ya usaban videos de youtube, o alguna otra aplicación, hablo de gestionar aprendizaje con herramientas digitales que llevan años a su disposición.
La pandemia nos ha devuelto a la realidad. La fantasía de que caminábamos hacia una escuela moderna se ha esfumado para darnos de bruces contra la verdad, seguimos anclados en despachar contenidos. «Si no se lo cuento yo, no lo van a conocer nunca y de ningún modo, y además conocer eso que yo explico, ya sea las partes de la célula o dividir por tres cifras, parece vital para el desarrollo de cualquier persona, estén o no confinadas, estén o no hastiadas, estén o no sufriendo». Y de nuevo, la única solución que encontramos, es reducir la ratio, porque no nos preguntamos ¿qué es mejor para cada uno de mis alumnos? Sino ¿cómo puedo seguir como hasta ahora sin implicar ese tiempo y esfuerzo adicional que tan “graciosamente” solicitan aquellos que son los que en verdad deberían hacer, por una vez, algún esfuerzo?
Y mientras unos se quedan allí, en la queja o en reclamar para este colectivo un aplauso a la altura de la que han merecido los sanitarios, por haber hecho en días lo que no hicieron en años, cientos de docentes, los de siempre, los que entienden los retos como oportunidades de mejora y crecimiento, los que se orientan hacia la búsqueda de una mejora continua para favorecer cada vez más a sus alumnos, los que están dispuestos a aprender, colaborar, compartir, los que ya estaban allí donde otros acaban de llegar, los que no se miran el ombligo, sino que caminan con fuerza hacia el futuro, han aprovechado la oportunidad para reinventarse (una vez más) y seguir disfrutando de lo que mejor saben hacer, estimular el aprendizaje y desarrollo del potencial de sus alumnos. Pero a éstos se les oye menos porque, claro, están ocupados en guiar a sus alumnos.
Hemos oído de todos estos días.
Nos han dicho que para los alumnos con alta capacidad ésta ha sido la oportunidad de volver a disfrutar del aprendizaje. Falso. Ha sido la oportunidad de dejar de sufrir con eso que llamamos aprender, pero que se limita a conocer qué pone el libro de texto, algo para lo que, sin duda, pocos de estos niños necesitan que un maestro se lo cuente, al menos no a la edad en que se lo suelen contar.
Pero aprender va mucho mas allá de conocer, de retener datos fechas y conceptos. Aprender implica reflexión, debate, análisis, deducción, aplicación, transformación y por tanto interacción. La que debería ofrecer el aula y no ofrece, por eso el mal menor es obtener esos conocimientos por uno mismo, así podemos marcar el ritmo y complejidad que es propio para cada alumno.
Nos han dicho también que por fin los padres se están “enterando” de lo importante y difícil que es la labor de los docentes… O quizá se están enterando de las carencias que año tras año acumulan sus hijos y para las que ningún docente pone medios. O se están enterando de cuánto pierden el tiempo sus hijos haciendo tareas que nada les aporta, que son repetitivas o que no se sabe a dónde les lleva.
Carencias relacionadas con sus fortalezas internas y estrategias de aprendizaje a las que no hacemos caso en ninguna etapa y que se van acumulando y acumulando. Estas carencias frenan y limitan su desempeño y progreso, y sobre todo su autoestima y motivación académica. Nuestros alumnos de secundaria no son los más desmotivados de la historia porque esta generación Z viene con una mutación genética que afecta a sus ganas de aprender. ¡NO! Están desmotivados por que la escuela ha sido para ellos una experiencia negativa tras otra. Primero por aburrida, lenta, pesada y repetitiva, -y parece que lo va a ser más a tenor de otra vuelta de tuerca que vamos a dar con una legislación que practica un pigmalión negativo muy marcado. No cree en la capacidad de nuestros alumnos para la excelencia, ni en la de sus docentes para guiarles hacia contenidos complejos y retadores- y más tarde por exigirles de repente una disposición a aprender, autonomía, capacidad para investigar, relacionar, cooperar, organizarse, redactar, estructurar, tomar apuntes, hacer esquemas, estudiar de forma eficaz, sintetizar, debatir, interiorizar, que no les ha exigido antes. Nuestros primeros cursos de secundaria, son los cursos de 3º de la antigua EGB, donde, al menos en mi colegio, ya empezaban a demandarnos (y enseñarnos) a hacer todas estas cosas.
Nos han hablado de la brecha digital, del abandono de aquellos alumnos sin medios para conectarse en sus casas. Vivimos en uno de los países donde la wifi en los hogares y la venta de móviles per capita es de las mayores de los países de nuestro entorno, donde los niños reciben su primer móvil en la comunión (y cuántos no tenían una Tablet ya antes). Llevábamos largos meses debatiendo sobre si el móvil debía prohibirse o no en las aulas a raíz de la perpetua queja de que el móvil estaba muy extendido entre nuestros chavales y les distraía de su «labor» de «atender» en clase y ¿ahora hemos descubierto que estábamos exagerando? ¿o no, cuáles son los datos fiables?
Se ha debatido y mucho sobre si había que avanzar o no temario, sobre no dar clase pero enviar tareas –largas listas de tareas hasta para los más pequeños- saturando a alumnos y padres, como si éstos no tuvieran que seguir cumpliendo con sus obligaciones laborales. Nos han puesto el cole en la tele, más y más datos, más y más contenidos. ¿Hemos debatido sobre cómo les estaba afectando esta situación a nuestros alumnos? ¿Sobre cómo aprovechar esta situación para trabajar esas carencias que arrastran porque tan obsesionados estamos en qué deben aprender, que no les ofrecemos guía sobre el cómo? ¿Hemos aprovechado para conocerles mejor (el medio, permite observar muchas más cosas para el que es observador, claro está)? ¿Les hemos preguntado?
La administración nos empuja hacia un trabajo orientado simplificado en los contenidos. Y en estos tiempos de crisis este empuje se ha sentido con más ahínco. La administración nos ve como una máquina expendedora de datos, cifras, hechos y definiciones, y en estos tiempos de crisis se ha quitado la careta con la que fingía interesarse por las competencias, el pensamiento, el desarrollo personal y la creatividad y ha asomado su verdadera patita. ¡Entrenarlos para los exámenes -teóricos y que miden la memoria, para mas inri- y de lo demás, olvídense!
Pero cuidado, las máquinas expendedoras son fáciles de sustituir por robots expendedores, que ni se quejan, ni protestan, ni son costosas de «actualizar» con nuevos contenidos.
Ahora nos dicen que volveremos a las aulas en lo que en estos momentos atisbo como un sinsentido -todo sea que me ponga a ello y lo encuentre viable, ya os contaré-, estar en las aulas con alumnos que físicamente están allí, y con otros que están allí sólo virtualmente, en sesiones de 45 m. Si nada más cambia, es posible que al menos 15 de esos minutos los vayamos a perder entre que si nos conectamos o perdemos la señal. Porque adaptarse está bien, lo malo es que el análisis siempre es parcial, cambiar unas instrucciones sin cambiar otras que se ven afectadas, suele ser ahondar en el problema.
¿Por qué a nadie se le ha ocurrido hacer cosas tan simples como compactar el currículo? ¿O desdoblar y reorganizar las clases, dedicar a unos docentes a dar las clases on line y a otros a las clases presenciales? ¿Preguntar a los alumnos y analizar sus circunstancias, a quién le beneficia, quién tiene circunstancias familiares que le benefician o no? En definitiva ¿por qué son unos señores que no conocen a los niños ni sus familias quienes van a decidir quién y cómo, pensando desde los límites de su pensamiento y conocimiento, qué es lo mejor para aquellos a los que no conocen y tomando decisiones desde esas premisas tan poco contrastadas que afirman con la misma vehemencia “todos los niños tienen móvil” y “muchos niños se han quedado desconectados”? ¿Dónde están los datos que nos permitirían una toma de decisiones debidamente fundamentada y alejada del “yo creo, pienso u opino” o limitada a la visión y experiencia individual? ¿Por qué no han de decidirlo cada una de las familias en función de sus circunstancias y las necesidades de sus hijos?
Yo no tengo la solución, porque para mi la solución es una que no será adecuada para otras familias o docentes. Pero imagino grandes salas en los coles, o bibliotecas y casas de la juventud municipales que se dotan de pantallas para alumnos con un perfil autónomo que gustan de aprender por su cuenta, conectados a academias on line tipo khan academy o Unicoos, con uno o dos docentes rondando las mesas, capaz de identificar alumnos con intereses similares y generar algunos debates entre ellos para que el saber se convierta en aprender a través de la interacción y la aplicación, permitiendo a cada uno afrontar el aprendizaje desde el ritmo, complejidad e intereses personales.
Imagino otros orientados a dinamizar las aulas para todos aquellos alumnos que aprender desde los retos, que necesitan una chispa para encenderse, que requieren de más guía y del empuje de sus compañeros. Imagino a los centros rompiendo tabiques para hacer las aulas más grandes y apostar por fin por la co-docencia, permitiendo aún grupos suficientemente ricos para generar interacciones y sinergias entre ellos, que son más complejas en grupos reducidos.
Imagino jornadas compactadas para padres y alumnos y por tanto también para los docentes. Semanas de 4+1 días laborables, en los que trabajamos en casa por turnos, algunos los lunes, otros los martes, etc. para rotar los alumnos en las aulas y permitir a los docentes planificar tanto sus clases on line como presenciales. Clases más largas con contenidos interdisciplinares. Imagino túneles de desinfección, alfombras desinfectantes, toma de temperatura digital en las entradas u otras soluciones que se están desarrollando en estos días y que nos permitiría convivir con riesgos reducidos de contagio y sin mirarnos con miedo, distanciados los unos de los otros, como «apestados»
Imagino que para ello el sistema se tiene que dotar de más flexibilidad y no de más normas. De más libertad, y no de más homogeneización; de más exploración y no de más instrucción; de más liderazgo y no de tanta indecisión e imprecisión; de más objetividad y renunciar a los «yo opino»; de más personalizar y menos sistematizar.
Pero lo que no imagino es que seamos tan trogloditas como para apostar por la solución que menos trastoca las estructuras pero más perjudica a los alumnos ¿Profesores que atienden a la vez a chavales conectados on line, junto a otros desconectados pero presentes? Esto sólo puede partir de quien cree que nuestra labor es la de hablar y la de ellos la de escuchar, y por eso da igual que te escuchen estando allí o vía internet. Esto sólo puede partir de quién ni apuesta, ni quiere apostar, por un aprendizaje interactivo y significativo, competencial, dinámico, activo, que ponga al alumno y el desarrollo de sus fortalezas y potencial en el centro. Que esto se puede hacer on line y off line, pero no al tiempo a la misma vez porque no somos expendedores de contenidos ni ellos oídos que han de limitarse a absorber y retener todo lo que les soltamos cada 45 minutos.

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