Contar con una mente en continua ebullición, capaz de generar ideas y propuestas diversas con cada nuevo imput, “ver” la solución donde el resto solo ve el problema, ser capaz de encontrar los atajos para llegar antes, puede generar fricciones. Lo que para unos es fácil, obvio y “visible” para otros resulta complejo, arduo y difícil. Lo que para unos es una fuerte necesidad de dar salida a un torbellino de ideas, propuestas, preguntas, respuestas e información, para otros es un afán de protagonismo, lucimiento e individualismo. Un intento de acaparar la situación y excluir a los demás. ¿Qué hacer?
Extracto del artículo original : Como lidiar con tu «sobre-actividad mental»
Pensar tiene mala fama. Si piensas mucho te llaman “obsesivo”, y eso es algo que deberías evitar. Pero tú piensas tanto que te vuelves ansioso. Piensas tanto que ni siquiera puntúas bien en los test de respuesta múltiple porque podrías explicar por qué todas las respuestas son correctas. Piensas tanto que no acabas nunca de pintar tu habitación o de elegir el color de las toallas. Piensas tanto que no puedes dormir. Piensas tanto que olvidas atar tus zapatos.
Pensar mucho puede ser un problema, lo sabes, pero no puedes evitarlo. Para ti no es una obsesión, sólo es pensar, sólo está allí, en tu cabeza, siempre. Es curiosidad, análisis, preguntas. Es ser tú mismo. Pero tus amigos, tus familiares, tus compañeros de trabajo, el terapeuta, tu pareja, incluso tus hijos, quisieran que dejases de pensar tanto, todo el tiempo. Quizá hasta tu mismo te estes aconsejando bajar el ritmo, y estés buscando la forma de desconectar de algún modo.
Tu cabeza se llena de ideas, pensamientos, análisis, razonamientos que vienen de forma natural a tu cabeza sin que hagas nada especial. Y esto hace que los demás te perciban como una persona obsesiva, neurótica y que posiblemente, necesite alguna terapia. Tú dudas sobre si deberías apreciar tu capacidad para afrontar la complejidad, el análisis, la síntesis y el aprendizaje y te sientes un extraterrestre rodeado de otras personas que no comparten esta sobre-actividad. ¿Cómo lidiar con esta cualidad?
Este es un tema complejo para los adultos con alta capacidad, pero también lo es para los niños y jóvenes que se encuentran en una etapa de desarrollo en las que ser aceptado es muy importante. Muchos no pueden afrontar sentirse o ser distintos y pueden desarrollar diversas actitudes en relación a su capacidad, desde ocultarla hasta rechazarla, en ambos casos, con un coste emocional alto.
Es frecuente que las personas con alta capacidad, sin quererlo, sin saberlo, se sientan frustradas cuando interactúan con otras y sin ningún afán de ofender, las cataloguen como lentas, perezosas o rígidas. Ellos creen que los demás podrían hacer lo mismo que hacen ellos, o entender las mismas cosas, si sólo se esforzaran un poco más, si escucharan mejor, si leyeran los mismos libros, si se implicaran… No son conscientes de que lo que es obvio o tan fácil para ellos puede ser desconcertante o estar oculto para otros.
Aun cuando la persona –adulto, joven o niño- tiene un diagnóstico de alta capacidad y puede entender mejor el origen de este gap con respecto a sus semejantes, su frustración si se ven obligados a “esperar” a los demás, a “explicar” lo que para ellos es obvio no se reduce. A este malestar se suma el rechazo y la incomprensión de los demás que les tachan a veces de dominantes, a veces de absorbentes, obsesivos egoístas, acaparadores, prepotentes o individualistas.
Esto les hace sentirse mal consigo mismos. Les llena de incomprensión pues, al contrario, trataban de ser resolutivos, ahorrar esfuerzos, mejorar los resultados, aportar al proyecto, al trabajo, sólo estaban, en fin, siendo ellos mismos. Muchos entonces se ven entonces a si mismos como defectuosos, empiezan a ver su cualidad como algo negativo y patológico y piensan que el defecto esta en ellos.
Especialmente preocupante es esta situación en los más pequeños. En la escuela a menudo su impulsividad, su torrente de ideas y propuestas es interpretada como poco respetuosa con sus compañeros, o hacia el maestro/a. Son reprendidos e instados a rectificar. Acusados de egoístas sienten que hay algo malo en ellos, con las consecuencias que ello supone a nivel emocional, social y de auto-estima.
No veo cuál sería el mejor consejo para lidiar con esta situación. Se necesita más comprensión incluso alabanza hacia aquellas personas que tienen el don de encontrar soluciones o generar ideas de una forma más fácil o más rápida que otros. Y también por supuesto comprensión en el sentido inverso y más auto-control. Con la madurez irán aprendiendo a dosificarse, a respetar los ritmos y nos turnos, a controlar el “volcán” de su mente y a sacar a relucir todo su potencial sólo cuando el momento y las circunstancias sean las oportunas. Mientras, necesitan sentirse valorados y sentir que su capacidad es algo positivo que deben seguir cultivando y potenciando.
Para los adultos es necesario decir que dejen de sentir su “don” como algo patológico o negativo, algo que hay que rectificar. Que dejen de intentar frenar sus ideas, de luchar contra si mismos y buscar una trayectoria y entorno personal y profesional donde se valore su complejidad, su curiosidad, su intensidad. Buscar algún hobby, proyecto o actividad artística para descargar toda esta frustración, y practicar alguna técnica de relajación cuando se sientan abrumado por las reacciones con otros. Pero sobre todo, que no se dejen frenar, que nadie les reste valor para seguir cultivando su don, igual que un bailarín profundiza en su baile, un pintor en su arte, un deportista en sus récords.
Es posible que leyendo este artículo algunos os sintáis identificados. Que en varios momentos de vuestra vida hayáis sentido que debéis justificaros. Que con el tiempo habréis aprendido a disimular, a frenaros, y en algún momento os habréis creído en verdad egoístas, altivos, altaneros, faltos de humildad o de respeto hacia los demás. Habréis intentado dominar vuestra mente, sujetar las palabras, mostrar humildad, aplauso y empatía hacia las propuestas de otros, aún cuando llegan algo más tarde o con menos precisión que las vuestras. Todo esto os ha generado frustración, malestar, un sin-sentido, sin lógica ni razón que os incomoda, que no entendéis.
Es duro y complejo y hay que aprender a encontrar el equilibrio, pero cuando no hay más remedio siempre hay que elegir ser uno mismo, porque nadie tiene derecho a hacerte sentir mal por tus dones. No se obliga a las personas muy bellas a ocultarse su físico. No se obliga a los deportistas a limitar sus logros. No se obliga a los músicos a desafinar o a los artistas a resultar insulsos o faltos de arte. De todos ellos se espera y aplaude que luzcan sus dones y los perfeccionen. Disfrutamos de la belleza, de la música, del baile, el canto o el deporte. ¿Por qué no disfrutar también de la inteligencia?.
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