Autora : Dra. Gabriela López Aymes (México)
No hay duda de lo asombroso que puede resultar la gran diversidad humana. Algunos rasgos físicos como la altura, el color de ojos, la constitución atlética, o una visualización espacial superior o una asombrosa rapidez de reflejos son distribuidos de alguna forma azarosa a través de los genes. Sin embargo el que un niño muestre una habilidad superior en combinación con otros rasgos puede resultar verdaderamente impredecible.
Se puede decir, que la gran diversidad es, en parte, producto de la estrategia evolutiva de la raza humana y en parte producto del aprendizaje y tiene como finalidad la adaptación a las condiciones cambiantes e impredecibles a las que se tiene que enfrentar. Por lo que parafraseando al psicólogo Csikszentmihalyi “la diversidad es el potencial creativo en construcción de nuestra especie”.
En el discurso pedagógico de hoy en día, la escuela como institución social asume la existencia de diferencias individuales entre sus alumnos, atendiendo a grupos tan particulares que tienen motivaciones, pensamientos y puntos de vista distintos, así como aquellos que no alcanzan un aprovechamiento esperado para su edad, su capacidad y su nivel sociocultural.
A pesar del reconocimiento de esta diversidad, la organización escolar tiende a la homogeneización de los estudiantes, promoviendo prácticas educativas dirigidas a una supuesta mayoría de alumnos. Algunos explican que la población escolar sigue una distribución del tipo normal, respecto a sus capacidades y nivel intelectual. Si se representara gráficamente dicha distribución, una gran proporción de la curva describiría a los sujetos pertenecientes a la media de la población. En los extremos de la curva se localizarían los sujetos considerados como excepcionales. En el extremo izquierdo se situarían aquellos de capacidad inferior a la media y en el derecho aquellos cuyas dotes les hacen destacar o sobresalir del nivel medio. El término de excepcional es generalmente utilizado para describir a aquellos alumnos que se desvían de la media de su grupo de referencia, hasta el grado de necesitar algunas adaptaciones curriculares o servicios educativos especiales que les ayuden a desarrollar todo su potencial.
Algunos psicólogos señalan que la excepcionalidad se define comúnmente en términos de diferencias en cuanto a sus: a) características mentales, b) habilidades sensoriales, c) habilidades comunicativas, d) desarrollo conductual y emocional o, e) características físicas.
Recientemente escuché a una colega contar la historia de Procusto, personaje de la mitología griega. Se dice que el protagonista era bandido y posadero en una antigua ciudad de Grecia e invitaba a los viandantes a hospedarse en su casa que quedaba en una colina Tenía una cama de hierro en la que hacía dormir a sus huéspedes. Mientras dormían, les ataba sus pies y brazos a la cama; si éstos eran altos y sobresalían de la cama, les mutilaba sus piernas o su cabeza para ajustarlos a las dimensiones del aposento; por el contrario, si eran más pequeños que la cama, estiraba sus extremidades hasta que quedaran, igualmente, ajustadas a ella, lo cual provocaba el descoyuntamiento del prójimo.
Ante esta historia, podríamos preguntarnos si el sistema educativo en general, y la escuela, en particular, no hace lo mismo con sus alumnos, obligándolos a someterse a diversas torturas, como ajustase a un currículum rígido, a unas prácticas pedagógicas también rígidas, a unas condiciones institucionales que encorsetan y limitan la creatividad y las iniciativas más genuinas para la atención de y en la diversidad.
Parece lógico entonces optar por una escuela integradora e inclusiva, que permita encontrar la mejor situación para que cada alumno se desarrolle lo mejor posible. Es decir, una escuela que atienda a la diversidad no por su excepcionalidad, sino por su naturaleza y oportunidad de enriquecimiento humano.
En ese sentido, por mucho tiempo se dejó de lado a un tipo de población, al de altas capacidades o talentosas, que debido a ideas falsas, dificultades metodológicas derivadas de la detección, el diagnóstico y/o el desconocimiento de cuáles son sus características psicológicas y sus necesidades educativas, no había sido prioritario en la preocupación social y política. A pesar de ello, actualmente en México, como en otros países, se pueden recoger los esfuerzos de más de dos décadas de investigación, cuyos productos se concretan en una legislación específica, modelos de diagnóstico e identificación, investigación básica, propuestas de intervención educativa y programas que atienden a cierta población infantil con aptitudes sobresalientes.
Queda aún mucho por andar, pero habría que tener mucho cuidado de no tropezar con nuevos “Procustos” en el camino y tener a la mano a Teseo para poder combatir las seducciones del bandido, y poder ver en cada niño, niña o joven su característica más humana por la que vale la pena despertarse cada día.
Tener en la escuela un alumno con Aptitudes sobresalientes (AS) implica vivir contextos desafiantes y ambiguos. Desafiantes porque la innovación, la curiosidad y la amplitud de intereses nos obliga a variar la rutina estática de la escuela, requiriendo profesores, apoyo técnico pedagógico y metodologías más dinámicas. Un alumno AS supone movimiento en la dinámica escolar, en las autoridades educativas, en los docentes y en el equipo técnico que colabora en su atención. Los alumnos AS son un reto y un compromiso al que urge brindar respuestas educativas.
La doctora Gabriela López Aymes es investigadora de tiempo completo de la UAEM (México) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
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